Somos dominicanos. Eso nos dicen. También nos dicen mucho de las cosas que podemos hacer y las cosas que no podemos hacer. "No inventen", ha sido la predica dizque para parar el desorden, también logramos parar el ingenio.
Nos llaman holgazanes, gastadores, pocos ahorradores, desperdiciadores...
Nunca innovadores, nunca ingeniosos.
En los últimos tiempos hemos cambiado nuestras costumbres... yo he escrito mucho sobre ello. Ya no tomamos brugal o barceló, sino wiskey, dewars o etiqueta negra. Solo vestimos cosas de "marca" y no nos gustan las cosas "caravelitas". Nuestros niños no van a la escuela pública y dios quiera que entremos a un hospital el estado!
Nuestro mundo gira a no disfrutar de las cosas que hemos logrado con nuestra independencia, con nuestra constitución, sino a querer las cosas que solo dá la dependencia y la subyugación.
Pero parece ser que és lo que somos... los dominicanos de hoy día. Nada de Duarte ni muchos menos de poesía. Habitantes simples, sencillos, prácticos y poco sofisticados. La intelectualidad y la educación no sirven!
¿Hegemonía? ¿De qué sirve ser libres si no tengo ipads, ipods, iphones, telecable y milky way en las pulperías? Solo sirve el dinero y la buena vida.
Después de esto no tengo mucho que decir, aunque no me resigno. Por eso es que aquí debajo, les he dejado una poesía sorprendida de Frankilin Mieses Burgos, uno de los más destacados miembros de ese grupo literario de mediados de siglo XX, "Paisaje con un merengue al fondo", esta poesía describe mejor lo que he querido explicar: quienes somos los dominicanos y porque somos como somos.
Peculiares y dignos de estudio.
-¿Qué somos indolentes? ¿Qué no apreciamos nada? ¿Qué únicamente amamos la botella de ron,
la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo
del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos
que nos dio la miseria para nuestro solaz?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue hasta la madrugada,
entre ajíes caribes de caricias robadas,
cabe cielos ardidos de fuego de aguardiente,
bajo una blanca luna, redonda, de cazabe.
Que ya me están urgiendo de caminos reales
los nísperos canelas de tus propios racimos,
y no sé de qué soles tropicales me vienen
todas estas violentas viscerales urgencias
de querer cimarronas morbideces de sombras.
-¿Qué hay muchos que aseguran
que aquí, entre nosotros,
la vida tiene el mismo tamaño de un cuchillo?
¿Qué nuestra gran tragedia como país empieza
desde cuando aprendimos a tocar el bongó?
¿qué el acordeón y el güiro han sido los peores
consejeros agrarios de nuestros campesinos?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
que un hondo río de llanto tendrá que correr siempre
para que no se extinga la sonrisa del mundo.
-¿Qué el machete no es sólo en nuestras duras manos
un hierro de labranza para cavar la tierra
pequeña de conuco, sino que muchas veces
se ha convertido en pluma para escribir la historia?
Puede ser, no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
que ya no serán sólo tus manos olvidadas
dos sonámbulas rutas de futuras vendimias
sobre una tierra brava;
ahora te daremos otras maternidades
fecundas de distintas raíces verticales.
-¿Qué fuimos y qué somos los mismos marrulleros;
los mismos reticentes del pasado y de siempre?
¿Qué dentro de la escala de los seres humanos
hay muchos que suponen que nosotros no vamos
más allá del alcance de un plato de sancocho?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue de espaldas a la sombra
de tus viejos dolores,
más allá de tu noche eterna que no acaba,
frente a frente a la herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras.
Bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
el furioso merengue que ha sido nuestra historia.
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