Silencio… Ese silencio que llega a un grupo de personas que mirándose a los ojos, no tienen la suficiente confianza para decirse lo asqueroso que es la persona que se acaba de cagar en los pantalones.
Y así todos esperan el momento glorioso en cuando puedan respirar de nuevo.
El dominicano, no es así, en cuestion de peos, el dominicano no se le queda callado a nadie.
Tengo un tio/primo que estando en una reunión de trabajo con el abogado de la familia, se “mando” uno. Despues de terminar la reunión, el Abogado les dijo, y ustedes creen que yo me voy a tragar ese peo asi, por asi?.... No señores! Quiero decir que me jedió y me jedió mucho. Y no me voy a ir dejando en el aire la confusión que creó el puerco que se cagó. No quiero que nadie piense que fui yo. Porque, yo los mios no los niego. Sea hombre carajo! Que yo sé que fue usted.
Mi familiar lo acepto con humildad: el peo fue mío, pero es que estoy mal de estómago. Discúlpeme!
El abogado, respondió: ta bien, pero me debe una.
Qué pena le tengo a mi familiar, porque los abogados son expertos en “cobrársela”.
Y es que aquel que come mondongo, patica, cadeneta, tripita, entresijo, bazo, etc. esta propenso a que le pase una de ese tipo en cualquier momento.
Recordando tan ilustre acerbo gaseoso de nosotros los dominicanos, he decidido publicar, la hermosa decima de Juan Antonio Alix: El Follón de Yamasá.
Siento mucho relatar
lo que al fin relato hoy,
porque ya dirán que soy
amigo de exagerar;
Y el que me ha de murmurar
desde ahora ya sabrá,
que tres pitos se me da
que figuren que es un cuento
lo que pasó en el convento
del pueblo de Yamasá.
Pues un día de la Asunción
estando yo en Yamasá,
vino el cura de Boyá
a celebrar la función.
A mediado del sermón
hubo allí un pelotero
que hasta vino un tal Peguero
que es el jefe del lugar,
queriendo allí disparar
un trabuco naranjero.
Un haíto que por cierto
fue a gozar de la función
se largó allí un follón
que hedía a perro muerto;
yo no diré que es incierto
que estuve al perder el tino,
pues el follón tan dañino
de aquel ahíto infeliz
me picó en la nariz
como un ají montesino.
Del púlpito descendió
de cabeza el reverendo,
y al caer iba diciendo:
«¡Qué peo se han tirado, fo!»
Y al sacristán que le dio
esa brisa tan impura,
dijo «¡fo, y es de asadura,
aquí no lo aguanto yo!»;
y en seguida se tiró
de cabeza tras del cura.
Como el campanero es ciego
al oír la corredera,
sin averiguar siquiera
comenzó a tocar a fuego.
Salió el cura sin sosiego
con la frente en un chichón
gritando más que un lechón
y preguntando igualmente:
«¿Quién ha sido el indecente
que se largó ese follón?»
A una vieja de la Jagua
le tumbaron el pañuelo,
y se vio caer al suelo
una peineta de yagua;
dejaron allí una enagua
por el maldito follino,
que, por tener palomino,
nadie la quiso tocar;
al Alcalde del lugar
le aplastaron el gallino (bombo).
Según la opinión del cura
y del sacristán también,
el follón fue de lerén
de mondongo, o de asadura.
Pronto irá a la sepultura
quien soltó ese marrano,
pues si no se hallaba sano
ese maldito cochino,
no debió en lugar divino
follonear así al cristiano.
Después que aquello pasó
y que fue calmado todo,
dijo el cura del mal modo:
«¡Ese follón me mató!
Pero ahora quiero yo,
en bien de la religión
echarle la excomunión
si no declara al momento,
el que vino a este convento
a largarse ese follón.»
Salió un viejo setentón
hinchado y descolorido,
y al cura dijo: «yo he sido
el que me tiré el follón.
No fue esa mi intención
le digo, Padre bendito,
sepa usted que estoy agito
y creo que no tengo cura,
calcule que es de asadura
que comí cuando chiquito».
El sacristán dijo al cura
saltando y con alegría:
«Mi amo, ¿no le decía
que el follón fue de asadura?»
«Tú tienes razón criatura
son buenas tus condiciones,
rogaré en mis oraciones
al Divino Sacramento,
que no salgas del convento
para que huelas follones.»
Y así todos esperan el momento glorioso en cuando puedan respirar de nuevo.
El dominicano, no es así, en cuestion de peos, el dominicano no se le queda callado a nadie.
Tengo un tio/primo que estando en una reunión de trabajo con el abogado de la familia, se “mando” uno. Despues de terminar la reunión, el Abogado les dijo, y ustedes creen que yo me voy a tragar ese peo asi, por asi?.... No señores! Quiero decir que me jedió y me jedió mucho. Y no me voy a ir dejando en el aire la confusión que creó el puerco que se cagó. No quiero que nadie piense que fui yo. Porque, yo los mios no los niego. Sea hombre carajo! Que yo sé que fue usted.
Mi familiar lo acepto con humildad: el peo fue mío, pero es que estoy mal de estómago. Discúlpeme!
El abogado, respondió: ta bien, pero me debe una.
Qué pena le tengo a mi familiar, porque los abogados son expertos en “cobrársela”.
Y es que aquel que come mondongo, patica, cadeneta, tripita, entresijo, bazo, etc. esta propenso a que le pase una de ese tipo en cualquier momento.
Recordando tan ilustre acerbo gaseoso de nosotros los dominicanos, he decidido publicar, la hermosa decima de Juan Antonio Alix: El Follón de Yamasá.
Siento mucho relatar
lo que al fin relato hoy,
porque ya dirán que soy
amigo de exagerar;
Y el que me ha de murmurar
desde ahora ya sabrá,
que tres pitos se me da
que figuren que es un cuento
lo que pasó en el convento
del pueblo de Yamasá.
Pues un día de la Asunción
estando yo en Yamasá,
vino el cura de Boyá
a celebrar la función.
A mediado del sermón
hubo allí un pelotero
que hasta vino un tal Peguero
que es el jefe del lugar,
queriendo allí disparar
un trabuco naranjero.
Un haíto que por cierto
fue a gozar de la función
se largó allí un follón
que hedía a perro muerto;
yo no diré que es incierto
que estuve al perder el tino,
pues el follón tan dañino
de aquel ahíto infeliz
me picó en la nariz
como un ají montesino.
Del púlpito descendió
de cabeza el reverendo,
y al caer iba diciendo:
«¡Qué peo se han tirado, fo!»
Y al sacristán que le dio
esa brisa tan impura,
dijo «¡fo, y es de asadura,
aquí no lo aguanto yo!»;
y en seguida se tiró
de cabeza tras del cura.
Como el campanero es ciego
al oír la corredera,
sin averiguar siquiera
comenzó a tocar a fuego.
Salió el cura sin sosiego
con la frente en un chichón
gritando más que un lechón
y preguntando igualmente:
«¿Quién ha sido el indecente
que se largó ese follón?»
A una vieja de la Jagua
le tumbaron el pañuelo,
y se vio caer al suelo
una peineta de yagua;
dejaron allí una enagua
por el maldito follino,
que, por tener palomino,
nadie la quiso tocar;
al Alcalde del lugar
le aplastaron el gallino (bombo).
Según la opinión del cura
y del sacristán también,
el follón fue de lerén
de mondongo, o de asadura.
Pronto irá a la sepultura
quien soltó ese marrano,
pues si no se hallaba sano
ese maldito cochino,
no debió en lugar divino
follonear así al cristiano.
Después que aquello pasó
y que fue calmado todo,
dijo el cura del mal modo:
«¡Ese follón me mató!
Pero ahora quiero yo,
en bien de la religión
echarle la excomunión
si no declara al momento,
el que vino a este convento
a largarse ese follón.»
Salió un viejo setentón
hinchado y descolorido,
y al cura dijo: «yo he sido
el que me tiré el follón.
No fue esa mi intención
le digo, Padre bendito,
sepa usted que estoy agito
y creo que no tengo cura,
calcule que es de asadura
que comí cuando chiquito».
El sacristán dijo al cura
saltando y con alegría:
«Mi amo, ¿no le decía
que el follón fue de asadura?»
«Tú tienes razón criatura
son buenas tus condiciones,
rogaré en mis oraciones
al Divino Sacramento,
que no salgas del convento
para que huelas follones.»